Traigo hoy ésta entrada para poner en antecedentes a quienes lean «El Secreto de los dioses olvidados» y se pregunten de dónde ha salido el autor de esa historia. Supongo que es bueno que el lector conozca los gustos y referencias del escritor, máxime cuando se trata de una primera obra. Pero, sobre todo, me apetecía contar cómo he ido evolucionando hasta llegar aquí.
En primer lugar, debo reconocer que he sido un lector de ficción empedernido desde el mismo principio de mi afición a la lectura. Como ya he contado alguna vez, descubrí el placer por las aventuras con «La vuelta al mundo en 80 días» y desde entonces no he dejado de disfrutarlas. A partir de los 8 años y hasta acabar la EGB mi rutina diaria consistía en volver a casa, dejar la mochila y meterme en la biblioteca hasta que cerraban. Fue el tiempo de descubrir a Los Hollister, Los tres investigadores, el Pequeño Nicolás, Los cinco, Tocon… además de Asterix, Tintín, Blueberry, Valerian y demás. Recuerdo llegar a estar enfermo y, no teniendo otra cosa, leerme la colección de Celia de mi hermana.

De ésta época es mi primer «ramalazo literario», consistente en presentarme a un concurso en el colegio. La desastrosa consecuencia fue que el jurado (de padres de alumnos) me acusó de haber plagiado el cuento. Al parecer, el lenguaje les pareció demasiado adulto para un niño de mi edad. Ésto último no lo supe hasta mucho más tarde, pero que un compañero me acusara de haber copiado me afectó. Hizo que no volviera a presentarme a ningún concurso hasta la universidad.
El siguiente cambio ocurrió antes de pasar al Instituto, pero principalmente durante esa etapa. Me centré en la lectura y el diseño de cómics de superhéroes (motivado por mi otra gran afición, el dibujo). También fue el momento de pasar a la Biblioteca de Adultos, recorriendo las estanterías en busca de ciencia-ficción, con Asimov a la cabeza. Y aunque, como digo, llené cuadernos con argumentos para aventuras de superhéroes que yo creaba y dibujaba, no dejé de escribir. La primera novela debí de acabarla el último año de EGB. Si digo que la mecanografié sobre cuartillas hechas a base de fotocopias «recicladas», puedo dar una idea aproximada de su apariencia. Estaba escrita, además, sobre la marcha. Por lo tanto, el argumento varió a medida que iba modificándolo en mi cabeza día a día, y contaba con personajes de cómic de «invitados especiales». En el instituto, las buenas calificaciones que obtuve por un relato breve y varias «redacciones libres» me devolvieron la confianza en que aquello podía hacerlo bien, aunque es cierto que esos años torturé varias máquinas de escribir con más ilusión que otra cosa.

Mi etapa en la universidad fue de las más creativas. Logré publicar un relato de «terror Lovecraftiano» en el certamen de «El Fungible» de 1.997, hice de articulista para varios fanzines (siempre alrededor del mundo del cómic) y acabé otra novela. Ésta vez, una parodia de la fantasía épica con tintes a lo Pratchett. Sin embargo, mi principal actividad literaria fue la escritura de aventuras para juegos de rol. Y podía decirse que así aprendí unos cuantos de los conceptos para acometer después la escritura de novelas. Me obligó a estructurar la narración, a planear los giros argumentales y a documentarme (me gustaba usar localizaciones reales). Aún así, acumulé cientos de páginas con historias que, llegadas a cierto punto, se morían por falta de ideas. Aunque también aumentó la cantidad de cuentos cortos, que fui guardando por no saber cómo (o no atreverme) a llevarlos a concurso.
En esa dinámica avanzó el tiempo hasta sufrir de cierta sequía, rota al llegar el año 2.006. Entonces me encontré con la primera novela publicada por un antiguo compañero del instituto y decidí que era hora de probar fortuna de un modo más profesional. Nada de mandar el manuscrito con la tinta de la impresora fresca. Convencí a amigos para leer la obra y saber qué debía mejorar. Acepté la necesidad de rescribir hasta que todo encajara y fluyera con suavidad. Una serie de detalles que, al ignorarlos en el pasado, no podían dar frutos.
Ahora, mientras aguardo a que «El Secreto de los dioses olvidados» aparezca en las estanterías de los libreros, procuro no dejar lejos el bolígrafo. Dejé apartado el sueño de dibujar cómics, sin perder el de escribir guiones. Buceo entre mis relatos cortos cuando descubro un concurso interesante. Escribo dentro de un «taller literario» de Mensa. Estoy luchando con mi siguiente proyecto: la primera novela de una saga «gótica»… Y todo ello animado por la misma ilusión que impregnó aquella novelita escrita a golpe de teclas cuando no tenía más de quince años: contar una historia que haga disfrutar a quien la lea.