Mientras tanto, estoy dedicando el tiempo a mi nuevo proyecto literario. Y me he descubierto repitiendo el proceso por el que fui avanzando hasta poder completar «El Secreto…». Tras acumular más de un centenar de páginas con pasajes diversos que cubren casi todo el argumento de la novela, he vuelto a pasar por un periodo de «hibernación» del texto. Y ahora ando escribiendo una sinopsis detallada, en la que voy añadiendo más y más notas. Buscando inconsistencias en la línea lógica de la historia. Estudiando cómo distribuir la información de la trama. Por suerte, en éste caso he partido de una base mucho más homogénea que para «El Secreto…», y las modificaciones necesarias para adaptarla al argumento serán mucho menores.
Es sorprendente cómo uno se acaba convenciendo de que ciertos «rituales» le van a ayudar a concentrarse. En mi caso, y tras «El Secreto…», la serie de superhéroes de Cool Universe y, ahora, éste último proyecto, es evidente que funciono infinitamente mejor cuando dispongo de una sinopsis exhaustiva en los grandes formatos. Me ayuda a visualizar el desarrollo de la historia, y a jugar con la disposición de la trama. De una idea «borrosa» puedo ir avanzando hacia una escena compleja. Una técnica que he ido desarrollando y puliendo desde que escribía los guiones de mis cómic-books caseros organizando la distribución de las viñetas, muchos años atrás.
Otro problema es el lugar para escribir. En mi casa me resulta imposible: demasiados elementos para distraerme. Sí, puedo hilvanar pasajes cortos o escribir el núcleo de relatos breves. Los primeros cuentos que fui acumulando surgieron de ese rato, sentado en la cama, antes de irme a dormir. Pero escribir un número elevado de páginas… no lo consigo. Para eso necesito estar en un ambiente cerrado, en silencio (o con música ambiente) y poco más. Vamos, que me veo mudándome a algún pueblo sin cobertura o guardando bajo llave la tele y el módem para poder escribir más novelas.
Y como soy muy cabezón, no pararé hasta encontrar la forma de darle un final a cada una de esas historias que descansan en el cajón del armario.